La Hora Nacional
“Life is what happens to you while you are busy making other plans” parafraseaba el cuento que escribió Jorge el domingo en la noche y que tanto le celebramos la clase anterior a su muerte. A Alejandra le gustaba pensar que en momentos importantes el destino le ponía enfrente las palabras adecuadas, así que al escuchar la frase de Lennon en la radio, Jorge no pudo evitar acordarse de ella. Le hubiera gustado sentir que la frase era para él, pero se conformó con idear la manera de ponerle a Alejandra esas palabras enfrente.
Conocí a Jorge en uno de tantos talleres de cuento a los que he participado. Me encantaba imaginar las conexiones entre mis compañeros y lo que escriben, y Jorge, que daba la impresión de ser sumamente aburrido, resultó ser un sujeto interesante. Por sus cuentos supe que ya llevaba un par de años de domingos en la noche en los que La Hora Nacional marcaba el final de otra tediosa semana y el inicio de una nueva llena de lo mismo: Despertador del Lunes, Aburrimiento del Martes, Cine del Miércoles, Jueves de Dominó con los Mismos, Viernes de TV, Sábados con Amigos, Domingos de Cruda... y al final La Hora Nacional. Desde la primera vez que la escuchó por casualidad, su mente iba de un pensamiento a otro, guiada por algunos comentarios aislados del programa. Rara vez tenía tiempo para pensar en sí mismo, así que sin darse cuenta, se encontró repitiendo la escena cada domingo hasta que la Hora se convirtió en su ritual. Precisamente, así se llamaba y de eso trataba el primer cuento que me llamó la atención en clase: La Hora Nacional. Era un cuento con un suicidio predecible que siempre se quedó en mi memoria; así, los domingos en la noche me acordaba de Jorge y me lo imaginaba cerrando otra semana más, manejando por alguna avenida de la ciudad, pensando en todo y nada sin concretar ningún plan para su vida.
Durante un semestre sí tuvo un plan: sólo escribía sobre Alejandra. Siempre la misma protagonista: inestable, soñadora, agotada; siempre el mismo narrador: complaciente, pasivo, absorbente. Al igual que con los demás, mientras leía sus cuentos yo divagaba y a él me lo imaginaba como una hoja en blanco, ansioso por cualquier palabra de Alejandra.
Después de unas vacaciones dejó de escribir sobre ella. La musa desapareció y el narrador empezó a tomar importancia. Las historias obscuras, llenas de tedio y aburrimiento como aquella de La Hora Nacional nos empezaron a gustar a todos, y por primera vez dejé de divagar para realmente concentrarme en sus cuentos.
La última clase en que vi a Jorge, retomó a Alejandra en el cuento en el que empezó parafraseando a Lennon. Era mágico. Desde el tercer párrafo quise salir corriendo y empezar a ver el mundo tal como lo veían los embrujantes ojos negros de Alejandra. Todos nos encontramos atrapados en el ambiente cargado de almizcle creado por Jorge, y a pesar de haber oído su nombre tantas veces, nunca un personaje nos había apasionado tanto como aquella vez. El Profesor emocionado le prometió publicarlo... Jorge salió feliz del salón, ahora él le pondría enfrente las palabras adecuadas a Alejandra.
La siguiente semana fue una sorpresa saber que Jorge se había accidentado. Tengo que confesar que durante la misa secretamente busqué unos embrujantes ojos negros. Me decepcionó no encontrarlos y pensar en la probabilidad de que sus cuentos fueran sólo ficción, aunque el hecho de que el accidente hubiera sido un domingo en la noche no me dejaba del todo tranquila.
Años después, buscando ofertas en una librería, el sonido de la frase de Lennon captó mi atención y me acerqué a la sala donde una mujer de negra y fría mirada leía un texto en voz alta ante una pequeña audiencia. Era la historia de un tipo gris al que su ex – novia le dice que no quiere regresar porque no aprendió nada de él; él le deja una carta que le había escrito y regresa a su casa en el coche. Mientras oye la Hora Nacional se da cuenta que regresará a sus aburridas actividades de antes de conocerla, por lo que decide volarse un puente y así acaba con su vida, dejándola con la culpa y la carta con la frase de Lennon. Sobra decir que la nueva escritora se llamaba Alejandra y que el cuento también era “La Hora Nacional”.
Conocí a Jorge en uno de tantos talleres de cuento a los que he participado. Me encantaba imaginar las conexiones entre mis compañeros y lo que escriben, y Jorge, que daba la impresión de ser sumamente aburrido, resultó ser un sujeto interesante. Por sus cuentos supe que ya llevaba un par de años de domingos en la noche en los que La Hora Nacional marcaba el final de otra tediosa semana y el inicio de una nueva llena de lo mismo: Despertador del Lunes, Aburrimiento del Martes, Cine del Miércoles, Jueves de Dominó con los Mismos, Viernes de TV, Sábados con Amigos, Domingos de Cruda... y al final La Hora Nacional. Desde la primera vez que la escuchó por casualidad, su mente iba de un pensamiento a otro, guiada por algunos comentarios aislados del programa. Rara vez tenía tiempo para pensar en sí mismo, así que sin darse cuenta, se encontró repitiendo la escena cada domingo hasta que la Hora se convirtió en su ritual. Precisamente, así se llamaba y de eso trataba el primer cuento que me llamó la atención en clase: La Hora Nacional. Era un cuento con un suicidio predecible que siempre se quedó en mi memoria; así, los domingos en la noche me acordaba de Jorge y me lo imaginaba cerrando otra semana más, manejando por alguna avenida de la ciudad, pensando en todo y nada sin concretar ningún plan para su vida.
Durante un semestre sí tuvo un plan: sólo escribía sobre Alejandra. Siempre la misma protagonista: inestable, soñadora, agotada; siempre el mismo narrador: complaciente, pasivo, absorbente. Al igual que con los demás, mientras leía sus cuentos yo divagaba y a él me lo imaginaba como una hoja en blanco, ansioso por cualquier palabra de Alejandra.
Después de unas vacaciones dejó de escribir sobre ella. La musa desapareció y el narrador empezó a tomar importancia. Las historias obscuras, llenas de tedio y aburrimiento como aquella de La Hora Nacional nos empezaron a gustar a todos, y por primera vez dejé de divagar para realmente concentrarme en sus cuentos.
La última clase en que vi a Jorge, retomó a Alejandra en el cuento en el que empezó parafraseando a Lennon. Era mágico. Desde el tercer párrafo quise salir corriendo y empezar a ver el mundo tal como lo veían los embrujantes ojos negros de Alejandra. Todos nos encontramos atrapados en el ambiente cargado de almizcle creado por Jorge, y a pesar de haber oído su nombre tantas veces, nunca un personaje nos había apasionado tanto como aquella vez. El Profesor emocionado le prometió publicarlo... Jorge salió feliz del salón, ahora él le pondría enfrente las palabras adecuadas a Alejandra.
La siguiente semana fue una sorpresa saber que Jorge se había accidentado. Tengo que confesar que durante la misa secretamente busqué unos embrujantes ojos negros. Me decepcionó no encontrarlos y pensar en la probabilidad de que sus cuentos fueran sólo ficción, aunque el hecho de que el accidente hubiera sido un domingo en la noche no me dejaba del todo tranquila.
Años después, buscando ofertas en una librería, el sonido de la frase de Lennon captó mi atención y me acerqué a la sala donde una mujer de negra y fría mirada leía un texto en voz alta ante una pequeña audiencia. Era la historia de un tipo gris al que su ex – novia le dice que no quiere regresar porque no aprendió nada de él; él le deja una carta que le había escrito y regresa a su casa en el coche. Mientras oye la Hora Nacional se da cuenta que regresará a sus aburridas actividades de antes de conocerla, por lo que decide volarse un puente y así acaba con su vida, dejándola con la culpa y la carta con la frase de Lennon. Sobra decir que la nueva escritora se llamaba Alejandra y que el cuento también era “La Hora Nacional”.
1 Comments:
¡Guau! ¡que buen cuento! loola me recomendó leerte...y no se equivocó...felicidades!
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