Thursday, November 17, 2005

Miedo de mí

Por miles de años se conocieron en sueños. Coincidieron físicamente apenas hace un par de meses en una reunión; sumidos en la indiferencia y anonimato de conocer a una persona más, amiga del amigo o primo del vecino, no se hicieron mucho caso pero cada molécula de su cuerpo reconoció a la otra mitad perdida desde el inicio de los tiempos.

Tuvieron varios reencuentros nada casuales y así, de la nada, ella se empezó a sentir enamorada de aquel extraño. Él no sentía las mismas maripositas en la panza, pero se encontraba a si mismo en medio de cualquier junta intrigado por armar el rompecabezas de la vida de esa desconocida.

Cada uno, a su manera, se imaginaba la vida del otro a través de las pistas que habían ido recogiendo en sus breves encuentros: seguro él guarda las camisas acomodadas por colores, me imagino que ella vivió algún tiempo en la playa vendiendo collares de chaquira, si trabaja en la empresa de Carlos pero le gusta bailar salsa entonces seguro es nerd-enfocado-pero-alternativo, la falda que traía seguro la compró en algún viaje a un lugar rarísimo... después de armar cada uno la idea del otro en la cabeza, casi al mismo tiempo se dieron cuenta de que eran el complemento perfecto.

Ahora están sentados en este bar, platicando en su primera cita y ya en el punto en que el alcohol suelta la lengua. Él balbucea y le sudan las manos; habla de que le encantaron todas las películas de arte que en realidad ni vió o le sirvieron de Valium; al quedarse sin nada que decir y para evitar el silencio incómodo, se clava en conclusiones que oyó de sus amigos, mientras le habla más quedito y más de cerca para no caer en el “te quiero como amigo” que tantas veces ha oído. Ella decidió cambiar su tradicional cerveza por una copa de vino, trae un look más fresita y se petrifica cada vez que él se acerca más de la cuenta; evita tocarlo como normalmente haría con cualquier otro, porque este güey no es el típico que cae con un roce sutil en el brazo, no, a este sí hay que escucharlo y hacer que sienta que es lo máximo. Llega la cuenta, ella se para a hacer como que habla por teléfono para no pagar, porque si empieza pagando ella, luego acaban pidiéndole prestado hasta para cigarros; él saca su tarjeta pero duda, esta es medio afrancesada así que mejor la dividimos... pero ¿porqué se está haciendo tonta para no pagar?. Ella regresa a la mesa y lo encuentra viendo la tarjeta, qué raro, ¿no tendría que pagar así nada más a la primera?; nerviosa le da las gracias con una falsa sonrisa angelical.

Mañana ella le prestará dinero para cigarros al eterno poeta enamorado que conoció en la playa cuando vendía collares de chaquira, mientras él acomoda sus camisas por colores ansioso por encontrar un buen pretexto para salir de la monotonía. Ella suspirará aburrida, decepcionada de que otra vez le halla fallado la intuición, y él sonreirá satisfecho por haber evitado caer con otra que le quería ver la cara.

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